sábado, 6 de noviembre de 2010

Rabia en el corazón

Rabia, una coproducción entre Colombia, Ecuador y España, dirigida por el ecuatoriano Sebastián Cordero (Ratas, ratones, rateros y Crónicas), se estrenó ayer en Colombia, después de un recorrido relativamente exitoso por festivales internacionales (ganó el Premio Especial del Jurado en Tokio y el de Mejor Película en Málaga y se exhibió en Guadalajara y Toronto). En los créditos de la película aparece como productor el mexicano Guillermo de Toro y la participación industrial  de Colombia corrió por cuenta de la empresa Dynamo.

Antes de discutir otros aspectos del film, se debe reconocer que Cordero utiliza hábilmente algunos recursos cinematográficos (planos siempre bien concebidos, sobretodo) para lograr el suspenso y crear un ambiente enrarecido como marco a la relación entre dos inmigrantes latinoamericanos en España. Así, la mansión en la que ocurren los hechos (y donde José María, uno de los protagonsitas, se encierra para estar cerca de Rosa, la mujer a la que ama) es un personaje más dentro de la narración de esta película, que debe ser juzgada más en su relación con el thriller como género que en una posible inscripción en el realismo social a la colombiana.

Sin embargo, ese deseo explícito de hacer cine de género, manifestado abiertamente y enhorabuena por una empresa como Dynamo, permite plantear una serie de reflexiones, que son legítimas a la hora de abordar la relación del cine colombiano (o si quiere hispanomericano) con los géneros mayores y con el cine dominante made in Hollywood.

Esa apropiación de géneros no es nueva, como suponen los recién llegados a la industria. Al contrario, es una marca del cine colombiano tan definitiva como el realismo escueto con el que no pocas veces se identifican las películas nacionales. Históricamente el cine colombiano ha imitado muchos modelos, desde los melodramas franceses e italianos en los años 20, hasta los mexicanos en los 40, pasando por las incursiones recientes en el noir o en el road movie.

Tal apropiación solo ha significado algo en términos estéticos cuando se introduce un fuerte componente local que desestructura el género en su traducción, hasta convertirlo en "extraño". Ocurrió así en Pura Sangre (Luis Ospina, 1982) o en Carne de tu carne (Carlos Mayolo, 1983), ejemplos de incursiones irreverentes en subgéneros como los de los vampiros o los zombis, llenas de la hojarasca del suelo local.

Es el tiempo de decir que Rabia no tiene nada de esa irreverencia, y que sus condiciones de producción pueden de algún modo explicar su desangelada corrección, pero no la justifican. En la lógica de las coproducciones, la película aspira a un público internacional al que se le complace borrando las evidencias que podrían situar el film en una perspectiva crítica del mundo. Las marcas que aún sobreviven en la película son esquemáticas y meramente ilustrativas. Pongo dos ejemplos: una de las inmigrantes (Martina García) es conocida en el filme como "la colombiana", no sólo porque la actriz efectivamente lo es sino porque su apariencia puede acomodarse fácilmente en el estereotipo ("está buena y todos se la quieren follar") e instalar comodamente al público en él. Y el segundo es la alusión a la crisis económica española actual, que nos ubica en un tiempo histórico. Ninguno de estos dos aspectos tiene en el filme un desarrollo importante, ni tendría por qué tenerlo en un simple thriller de caracter industrial.

Pero mi pregunta es si esto es un modelo para el cine industrial que se quiere hacer en Colombia o con participación colombiana: un cine que difícilmente (y vergonzosamente) habla de "nosotros" y cuya relación con la tradición del cine colombiano o con la cultura colombiana es inexistente.

No me canso de insistir en que Rabia es un obediente filme de género, pero llamo la atención sobre la necesidad de dejarlo ahí, y no pretender cargarlo de ninguna otra relevancia. La película de Cordero no muestra el problema de la diáspora latinoamericana, y espero que nadie se engañe al respecto. Para lograr eso, en vez de proceder a borrar todas las marcas de lo latinoamericano, como hace el film, tendría que haberlas acentuado. Al contrario, Rabia busca lo homogeneo, lo redundante, el código. Y su perspectiva crítica es nula en tanto asume precisamente todas las exigencias de lo dominante.

Pero encrucijadas como las anteriores son precisamente las que plantea la búsqueda de un cine transnacional: qué se sacrifica y qué se obtiene en la idea de traspasar fronteras, qué tanto complacemos al otro, cómo sobrevive la hojarasca de lo propio ("hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos", como escribe García Márquez en el prólogo de su novela de 1955, la primera del ciclo de Macondo, precisamente). Son preguntas que hay que abordar de frente y sin hipocresía. ¿Pero hay suficientemente masa crítica en el cine colombiano para emprender ese debate?

Por cierto, dejo dos links que revelan el estado de nuestras discusiones:

http://www.agenciadenoticias.unal.edu.co/nc/detalle/article/el-cine-colombiano-no-es-una-industria/

http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/A/al_cine_colombiano_le_salio_acne/al_cine_colombiano_le_salio_acne.asp?CodSeccion=217

Ver trailer:





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