martes, 8 de noviembre de 2016

Cine y literatura (y 3): Entrevista epistolar al poeta nadaísta Jotamario Arbeláez.

Continúa la serie de diálogos con escritores sobre sus relaciones con el cine. En esta ocasión, Buen Ayre Visual de Argentina y Pajarera del Medio de Colombia, entrevistaron al poeta nadaísta Jotamario Arbeláez.


El escritor caleño Jotamario Arbeláez, en la lente de Gilma Suárez.

Por G. Jaramillo Rojas*

GIOVANNY JARAMILLO ROJAS: ¿Cuál es el primer recuerdo que tienes del cine?
JOTAMARIO ARBELÁEZ: En el Teatro San Nicolás de Cali, cuando apenas había aprendido a leer, entraba a las funciones infantiles de los domingos. Veía películas de vaqueros y me sorprendía de que pesados sociólogos afirmaran por la radio que esas cintas eran la causa de la violencia del colombiano. Las primeras pelis que recuerdo con título eran de ficción científica, Invasión a Mongo, Invasión a Marte y Flash Gordon conquista el universo. Así como El misterioso doctor Satanás. Luego vinieron El pirata hidalgo y Trapecio, ambas con Burt Lancanster; en la última acompañado por Tony Curtis, de quien pronto imité el peinado. Me aficione tanto al cinematógrafo que poco tiempo después me convertí en vendedor de maní y de golosinas durante las funciones. Allí conocí a Buñuel, con Los olvidados. Mi madre no era afecta a las películas mexicanas a las que asistía toda la familia, pues decía que para ver pobreza allí la tenía en su casa, refiriéndose a las de quinto patio, y en cambio se solazaba con cintas imperiales, al estilo de Sissi la emperatriz.

GJR: ¿Cómo ha sido tu relación con el cine a lo largo de los años?
JMA: Merced al cine perdí la virtud en la oscuridad digital de mi infancia. Contemplando el contonear de caderas de María Antonieta Pons y la Tongolele. Ya en la adolescencia bravía, en las sillas posteriores de palco del Teatro Colombia, tuve mis primeras aventuras eróticas reales impulsando las chicas por las cargas de caballería de la brigada ligera o de apaches contra vaqueros.

GJR: ¿Era el cine el programa ideal en tu juventud?
JMA: El programa inicial. Se iba primero al cine con la chica de minifalda, después a cenar y luego a bailar. Y luego a lo que sabemos. En lo que la mayor parte del tiempo se iba en comentar la película.

GJR: ¿Crees que lo cinematográfico y lo literario-poético están profundamente hermanados y condenados a encontrarse o hay caminos propios de cada uno donde el otro lenguaje no tiene cabida?
JMA: Todas las artes necesitan el toque poético para enaltecerse y el cine no es la excepción. Podría decirse de los mejores realizadores cinematográficos que son poetas de la imagen. Baste arrancar por Kurosawa y Herzog.

GJR: ¿Consideras que el cine es un producto estricto de la literatura o sólo una expresión de ella?
JMA: Terminó emparentado con la literatura, con el teatro, con la poesía, con la crónica, con el testimonio, pero bien pudo haberse ido por otro camino. Por el visualismo puro, sin conexión con la lógica narrativa.

GJR: El cine ha recibido de la literatura poemas, relatos, argumentos, formas y cualidades. La literatura, en todo el último siglo, ha venido recibiendo del cine diferentes modos de narrar, concertando nuevas miradas y órdenes poéticos. Teniendo en cuenta todo esto ¿Ha influido el cine en tu carrera como escritor?
JMA: Ha influido notablemente, casi tanto como la realidad circundante. No hay como la ficción refregada de realidad. Recuerdo que en nuestros festivales de Vanguardia en los años 60, en Cali, pasábamos cintas de Cine Verdad, de Dziga Vertov, lo cual era un impacto pues era la revolución en documental, generalmente a resultas de cámara oculta. Mi literatura se volvió la cámara-mente echada hacia atrás recogiendo los pasos pasados por los pisos pisados.

GJR: Para muchos el cine ha dejado de ser un arte y se ha convertido explícitamente en un espectáculo. ¿Algo así pasó alguna vez en la poesía o en la literatura en general o crees que pueda llegar a pasar?
JMA: Es lo que pasa con los best-seller prefabricados por las editoriales, la literatura como espectáculo. La poesía sería un espectáculo íntimo en el teatro de cada quien.

GJR: Fernando Vallejo asegura que el cine es un lenguaje muy menor al lado de la literatura, así como la literatura es infinitamente inferior a la música ¿Qué piensas de esta afirmación?
JMA: Me es absolutamente indiferente lo que piense el señor Fernando Vallejo acerca del cine, o de cualquiera otra cosa. Se le dice el último nadaísta. Pero es diferente ser irreverente que ser patán. O enemigo de la paz, como se presentó orondo en Colombia. Despreciable. En una conferencia en la última Feria del Libro, disparada contra Jesucristo y el Papa, nos apostrofó a Héctor Abad y a mí como hijueputicas. Agravio que no devuelvo porque sé que lo consideraría un elogio.

GJR: La palabra es la unidad fundamental de la poesía y sin ella, naturalmente no habría cine. ¿Sin imagen (que es la unidad elemental del cine) crees que podría haber poesía?
JMA: El cine podría carecer respetablemente de la palabra, como lo prueba el cine mudo. Hay la poesía de la imagen, muy hermosa y muy respetable. Pero también hay una poesía despojada de ese adorno, igualmente hermosa. La poesía del discurrir, que está sembrada de sorpresas y encantos. El poeta Roca, que se conoce como poeta de la imagen literaria, tiene un poema sobre niños ciegos que corren jugando fútbol en una calle persiguiendo y pateando un tarro de lata. Esa es una imagen netamente del cine, no es metafórica.

GJR: Riccioto Canudo, es el responsable de que desde 1914 el cine sea considerado el Séptimo Arte cuando escribió su "Manifiesto de las Siete Artes"; allí él abordó y definió al cine como una síntesis de las artes en donde se ve y se oye, y que con su capacidad de rememoración también hace posible que se huela, se deguste, se palpe y, en definitiva, se sienta. ¿Con respecto a la poesía y en general para con el mundo del arte, estás de acuerdo con esta afirmación que unifica todo dentro del cine o crees que las cosas han cambiado o nunca fueron así?
JMA: Con las maravillas de la técnica el cine llegará –o ya llegó- a ser el arte total. Con el inconveniente de que en las ciudades hay cada vez menos salas de cine, y en los pueblos pequeños ni siquiera ha llegado. Ver cine en el computador es una resignación. La maravilla del cine sigue siendo la pantalla gigante.

GJR: ¿Qué tipo de conocimientos o sentimientos es incapaz de aglutinar el cine en relación a la poesía o qué tiene el cine que no tenga la poesía?
JMA: El cine es lo que narra visual y auditivamente y hasta allí llegó. La poesía es lo que dice y lo que sugiere, por lo que el lector es copartícipe del poeta.

GJR: El polifacético Howard Hawks dijo en alguna ocasión que para hacer cine hacen falta tres cosas: Una buena historia, una buena historia y una buena historia. ¿Se aplica igual para la creación literaria?
JMA: No creo que el cine se creara para contar historias. Como arte puro y con recursos propios, debía ir dirigido a convertirse en la más bella de las artes, a partir de lo visual. Pero para darle gusto al público y hacer algo comercial en el mundo, lo pusieron a ilustrar con la imagen móvil cuentos y novelas, convirtiéndolo en sucedáneo de la literatura.  A eso llegó. Y eso gustó. Pero igualmente pudo emular la pintura. Y hacer arte abstracto. La literatura, y sobre todo la poesía, también hicieron sus experimentos para convertirse en arte visual (el letrismo, los caligramas, la poesía concreta, el collage). Pero primó lo anecdótico, qué le vamos a hacer.

GJR: ¿Lo bello, lo feo, lo horroroso y lo sublime en cine es igual a lo bello, lo feo, lo horroroso y lo sublime en la poesía?
JMA: Es muy paralelo respecto a lo bello. Pero en cine lo feo y lo horroroso lo siguen siendo. En cambio en la poesía y en la pintura han adquirido una alta calidad estética. Hablo a partir de la obra primera de nuestros pintores de tendencia nadaísta, Pedro Alcántara, Norman Mejía y Álvaro Barrios. De ”la fea belleza” de la obra de estos pintores hablaba nuestro ”profeta” Gonzalo Arango.

GJR: ¿Qué improntas sensibles o estéticas ha legado el mundo del cine en la poesía de Jotamario Arbeláez?
JMA: Mi primer cuento, "Merci Godard", se desprendió de la película Sin aliento, con Jean Paul Belmondo. En adelante, para escribir cada cuento ingresaba antes a un cine para nutrirme, motivarme, no necesariamente para copiar su argumento, ni su técnica, ni su desarrollo. Pero algo quedaba. El humor que trato de destilar proviene del ejemplo de Chaplin y Woody Allen, que primero se ríen de sí mismos.

Los paraguas de Cherburgo, película de Jacques Demy, contemporánea de la floración del nadaísmo como movimiento cultural.

GJR: Cuéntanos un poco sobre las correspondencias del nadaísmo con el cine.
JMA: Somos paralelos con la Nouvelle vague, con la literatura objetual francesa, con la revolución cubana, con la teología de la liberación, con los puños de Cassius Clay y con los culos de Marilyn Monroe y Brigitte Bardot. Ante el neorrealismo de nuestra bestialidad nacional debimos dedicar lo mejor de nuestro fuego creativo a la protesta social por espacio de más de 50 años. Y la paz apenas está asomando en Colombia, de la mano de un nadaísta, el negociador Humberto De la Calle Lombana. Estuvimos sumidos en Los cuatrocientos golpes, Los mequetrefes, Hiroshima mon amour, Cleo de 5 a 7, Noche y niebla, Los paraguas de Cherburgo, El año pasado en Marienbad. Libertad de expresión y libertad fílmica. Vivir el nadaísmo fue nuestra película.

GJR: Más allá de la falta de recursos tanto económicos como técnicos ¿A los nadaístas nunca se les ocurrió hacer cine? ¿Qué tipo de cine seguían y/o admiraban?
JMA: Tuvimos un director de cine, Diego León Giraldo, quien hizo un film sobre el cura guerrillero Camilo Torres. Por desgracia se fue a acostar temprano. Por lo demás, no fue necesario meternos en eso. Allí venía la generación siguiente con los mismos anhelos nuestros, similar estéticamente y con vicios comunes, el grupo de Caliwood, con Andrés Caicedo, Carlos Mayolo, Luis y Sebastián Ospina, Ramiro Arbeláez, Carlos Palau, Sandro Romero. Y de ellos se desprendieron nuevos directores como Oscar Ruiz Navia, Carlos Moreno, Jorge Navas y otros.

GJR: ¿Cómo se relacionó el nadaísmo con el movimiento cinematográfico desarrollado por la generación de Carlos Mayolo, Luis Ospina y Andrés Caicedo? ¿Surgió alguna vinculación ideológica, temática o estética con ellos?
JMA: No sólo nos relacionamos. Éramos prácticamente los mismos, en la misma ciudad, en los mismos bares, con los mismos vicios e ideas revolucionarias sonrientes y con las mismas novias.

GJR: ¿Nunca escribiste o te surgió la posibilidad o la idea de escribir un guion? Si la respuesta es sí ¿Qué pasó?
JMA: Nunca me lo pidieron. Tengo dos, que convertí en poemas narrativos: El último tango en Bogotá y Señora Celeste, la farsa de Armando y Paloma, pero no sé a quién ofrecérselos.

GJR: ¿A quién elegirías para realizar esos guiones en caso de que tuvieras esa opción y por qué?
JMA: Tal vez a Sergio Cabrera, porque admiro su talento y su trabajo y lo tengo a mano.

GJR: Tu escritura se caracteriza por la beligerancia de las imágenes y la transparencia crítica. ¿Partes de imágenes para escribir o cómo se da y funciona tu proceso creativo para llegar a ellas?
JMA: Tengo un contrato sui generis con unas entidades supraterrenales que me llevan la mano para escribir evitándome pasar por el control consciente. Soy el primer sorprendido de lo que aparece en pantalla. De modo que no se me culpe a mí de los desafueros sino a los maestros perfectos.

GJR: ¿Recuerdas especialmente alguna adaptación cinematográfica?  ¿Por qué?
JMA: De la literatura al cine las adaptaciones que me han conmovida son Alicia en el país de las maravillas, El gatopardo, Zorba el griego, La insoportable levedad del ser, ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Muerte en Venecia, Blow-Up y El padrino. 
 
GJR: ¿Sigues el cine colombiano? ¿Qué piensas de lo cosechado en los últimos años?
JMA: Ha sido un salto mortal hacia adelante, gracias a la gestión hecha por Lisandro Duque ante el Ministerio de Cultura, de la que fui presencial testigo.

GJR: Las tres películas colombianas que más te gustan.
JMA: La estrategia del caracol, de Sergio Cabrera; La vendedora de rosas, de Víctor Gaviria; El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra.

GJR: Un puñado de películas y/o directores inolvidables para ti.

JMA: Tal vez se me sienta quedado en mi época de arranque, así como he vuelto a los clásicos en literatura. Ante todo Fellini con La dolce vita; Bergman con El séptimo sello; Oshima con El imperio de los sentidos; Kurosawa con Los siete samuráis, Rashomon y Los sueños; Hitchcook con Psicosis y La ventana indiscreta; Fleisher con Compulsión; Wells con El ciudadano Kane; Chaplin con Vida de perros; Nichols con ¿Quién teme a Virginia Woolf?; Kubrick con La naranja mecánica; Buñuel con Belle de Jour y con El discreto encanto de la burguesía; Herzog con También los enanos empezaron pequeños.

*Estudió Sociología en el Externado de Colombia y, posteriormente, una maestría en Sociología de la Cultura en alguna universidad argentina. Actualmente trabaja como editor y redactor para revistas digitales y programas de radio independientes de arte, cultura y sociedad en Buenos Aires y Montevideo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantaría más bien saber qué puñado de películas ve por ejemplo un graffitero rebelde que día a día desde la clandestinidad se mantenga contestando a la represión que viene de todos lados en este país aquí y ahora. ¿Qué caso tiene la nostalgia de un poeta caduco que adoró cine que ahora hace parte en su mayoría del catálogo de Netflix y que siempre tuvo y ha tenido la distribución asegurada? ¿Qué pasa con el cine de los últimos 10 o 5 años y qué pasa con los otros poetas que están resistiendo en este momento? ¿O quizás no existen?